No es ninguna novedad publicar un artículo donde se habla de la relación entre madres e hijas. Y es frecuente encontrarnos con artículos de este tipo porque hay mucho que escribir sobre este tema.
Yo, basándome en mi formación y mi propia experiencia, me voy a centrar a partir de la mirada sistémica y veremos qué pilares y fundamentos empiezan y se desarrollan en esta vinculación.

Para empezar, y desde mi rol de madre, el lazo que existe entre madre e hija es de los vínculos más potentes que hay. Y digo potentes porque la madre es quién da la vida y la hija la toma.
Esto, además, se suma a la saga de mujeres de todo el sistema familiar, proporcionando toda la sabiduría y conocimientos femeninos, con el doble filo de que se puede transmitir tanto lo sano como lo conflictivo.
Siempre escuchamos comentarios en nuestras madres u otras madres donde se dice que la hija se parece en carácter, en inteligencia, en desorden, en presumida, en machorrona, en cariñosa, en arisca, en creativa, en tranquila, etc... Un sin fin de características que se pueden detectar. Por lo tanto tenemos antes nosotras a nuestro propio espejo. Desde mi propia experiencia, he de decir que mi hija es como “un mono de repetición”, dicho muy cariñosamente. Este reflejo de mi en ella me es muy útil porque en muchas ocasiones me da señales de alarma. Por ejemplo, cuando ella está muy alterada, analizo la situación y me doy cuenta que previamente era yo la que estaba nerviosa; si estoy contenta, ella también lo está; si le ofrezco amor, ella lo devuelve con sonrisa y felicidad... Ese efecto espejo es mi “Pepito Grillo”, y me hace que esté en alerta, tanto si las cosas van bien como si van mal.
Reconozco que no es fácil conectar con tanto análisis diario. Si he llegado a este punto, es por mi experiencia también como terapeuta, y ya funciona como un acto reflejo.
Pero volvamos a centrarnos en lo puramente sistémico y en mi trabajo diario que son las constelaciones familiares. Hablamos de las herencias emocionales, de las transmisiones de generación en generación, de lo que transfieren las abuelas a las mujeres posteriores, de las lealtades a nuestra madre, abuela y ancestros. En muchas ocasiones esas herencias no son sanas, haciendo que las mujeres -no todas- del sistema arrastren desdichas o conflictos sin explicación alguna. En otras ocasiones, el amor transferido es puro y sano, provocando felicidad y el establecimiento del orden en la conciencia familiar.
¿Cómo ha de transferir una madre a una hija amor sano y una buena conciencia del alma familiar?
En primer lugar, hay que marcar la jerarquía en las mujeres. La madre es la mayor, y la hija es la pequeña. La descendiente honra a su progenitora y respeta su rol como tal. Es la madre quién se encarga de que su hija respete esa posición de pequeña, honrando ella misma a su propia madre, y así generación tras generación. Podríamos decir con simplicidad: predicando con el ejemplo. La abuela es la primera y la mayor ante la madre, pues ella fue la que llegó en primer lugar y la que le dio la vida; y la madre es a su vez la segunda y la pequeña para esta abuela, y de ella recibió la vida; pero también es la primera y la mayor ante su hija, otorgándole también esa vida. Este respeto da orden en el sistema y las vinculaciones son totalmente sanas.
El segundo orden es el dar y recibir. Es una poderosa fuente de energía, la cuál debe estar equilibrada. Y esto lo logramos, permitiéndonos recibir lo mas grande que tenemos: LA VIDA. Justamente ésta nos viene a través de la Madre. Al tomar la vida de nuestra madre, tenemos la capacidad de DAR. Si este equilibrio se rompe, se refleja en nuestra relación con nuestras parejas, nuestros jefes, etc. Por lo tanto, como hija ella también dará vida teniendo hijos. Y si no pudiese, se dedicaría a dar ayuda a otras personas a través de ONGs, fundaciones, misiones humanitarias en otros países, etc.
La hija recibe también la fuerza y energía productiva de su madre y de su abuela y bisabuela.
En resumen, recibimos la vida que nos da nuestra progenitora, y la honramos y respetamos, agradeciéndolo por ello. Entonces ya estamos preparadas para dar, y también para recibir dentro de unos parámetros de felicidad.
En tercer lugar, todas pertenecemos, así seamos unas abuelas, tías o madres despreciables o abandonadas; hallamos conocido a nuestra familia o no. Somos y pertenecemos a nuestro Sistema Familiar, el cual, tiene una dinámica de acuerdo a los eventos que hallan sucedido hasta en 4 generaciones atrás o más, si el evento fue muy traumático, tales como asesinatos, violaciones, guerras, injusticias. Esto quiere decir que en nuestras familias NO HAY EXCLUIDAS. Simplemente el sistema no lo permite. Y si así ocurre, alguien dentro del sistema pasa a ocupar ese lugar para equilibrarlo. Y es cuando aparecen los sufrimientos aparentemente inexplicables.
Estos 3 principios son totalmente extrapolables a los hombres. Ambos sexos funcionamos por igual ante las leyes sistémicas, y las lealtades y amores ciegos existen en ambos lados. Pero en este artículo, como bien he empezado diciendo, lo estamos enmarcando en las vinculaciones de madres e hijas, del lado y características de la feminidad.
¿Cuándo podemos reconocer que uno de estos tres principios no se está cumpliendo o no se ha cumplido dentro del sistema familiar en el bando femenino?
Podemos ver que en ocasiones, la madre no ha evolucionado y se ha quedado en el rol de niña y de hija. Entonces la hija, cuando nace, toma automáticamente el papel de madre ya que la progenitora como tal no está disponible. La hija siente: “querida mamá, como tú no puedes cuidar de mi, y tú necesitas ser cuidada, por amor hacia ti yo adopto ese papel de cuidadora y de madre”. Cuando ambos roles son intercambiados, la madre no puede crecer, y es la hija la que crece y se hace adulta a marchas forzadas, sin poder disfrutar pausadamente de su infancia y de su niña interior. Es un proceso totalmente inconsciente y de pura supervivencia amorosa. Esto trae sufrimiento no sólo en la hija, sino en las futuras generaciones.
Por ejemplo, cuando la niña es mayor, padece de dolores de espalda. Esto, traducido en constelaciones familiares sería así: “Mamá, ya cargo yo con todo el peso de tus cuidados y de mi propio cuidado”.
También tiene imposibilidad en encontrar pareja estable y de relacionarse con los demás, interactuando con el mundo exterior de manera tóxica. Esto es debido a que las niñas que hacen de madres de sus propias madres se sienten superiores a ellas, y por consiguiente, se sienten arrogantes ante el mundo en general.
Se puede dar el caso, siguiendo este hilo, que una mujer no acepte a su propia hija amorosamente porque no ha sido capaz de recibir adecuadamente la vida que la madre le dio; no acepta la inmadurez de su madre, no puede honrarla y agradecerle el simple hecho de haberla traído al mundo, de que un día su madre arriesgó su vida para tenerla. Esto también puede suceder cuando la madre abandona a su hija porque no puede mantenerla ni cuidarla. Es como llamamos en constelaciones familiares, un movimiento amoroso interrumpido.
En terapia también me encuentro con mujeres las cuales no saben vivir en la abundancia y despilfarran sus ingresos y el dinero que les entra en casa. Cuando hago el estudio de su sistema familiar, curiosamente la madre fue una buena administradora de la economía familiar. Pero, en cambio, la abuela materna vivió en la más absoluta pobreza, y fue repudiada y excluida por la familia del abuelo materno, la cuál era rica. En el presente, la nieta (la mujer que viene a consulta) por amor ciego a su abuela materna y en el intento de reparar ese rechazo, está expiando a su abuela, viviendo también en la escasez y en las pérdidas económicas. Esto es un claro ejemplo de lealtad invisible en las mujeres del sistema familiar.
Acabamos de ver la importancia en respetar los 3 principios esenciales en los órdenes del amor en un sistema. Cuando se provoca un desorden, los conflictos y las desdichas empiezan a heredarse de generación en generación. A través de las constelaciones familiares, lo que hacemos es cortar y arrancar de raíz ese problema y a continuación sanarlo, provocando el cambio deseado en la mujer que asiste a terapia y en las generaciones que vendrán después.
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