Hola mujer. Hoy vengo a hablarte de los abortos y de sus consecuencias, desde la mirada sistémica.

Reconozco que personalmente me cuesta mucho decir la palabra “aborto”. Para mi, cualquier interrupción de un embarazo, estés en la semana que estés, es la pérdida de un hijo. Y os puedo explicar por qué me suena una palabra algo brusca e insensible. En el 2008 perdí al bebé que llevaba hacía 8 semanas dentro de mi. En una revisión rutinaria en mi ginecólogo privado (la seguridad social no te visita hasta las 12 semanas de gestación), en mitad de la ecografía empezó a poner malas caras y a decirme que me moviese un poco... su expresión no me gustaba nada...

Empezó diciendo que el embrión medía menos que la última visita. Esta vez ya ni siquiera escuchábamos su corazón. La frase final fue: “esto se ha parado; el embarazo se ha paralizado”. Mi marido y yo, con mucha incredibilidad, no sabíamos a qué se refería realmente: “Doctor, ¿qué significa que se ha parado?”... “Sandra, no hay bebé. Su corazón se ha parado. El feto está muerto”... Las mujeres que habéis pasado por esta misma experiencia, en este caso, un aborto espontáneo, ya sabéis lo que pasa en ese momento. Como si de un huracán se tratase, me sentí devastada; mi estómago se encogió; los primeros minutos eran de “no me lo creo”... y a continuación “no puede ser”... Empezó a subir una emoción de pérdida absoluta de un ser muy amado, como si me hubiesen dicho en ese momento que un familiar había fallecido de golpe... la sensación era la misma, pero mucho más potente. Empecé a llorar de desgarro, de desespero... Mi marido me abrazó con todo su amor. Él también estaba sufriendo esa pérdida. Era tan fuerte mi llanto y mis gritos de lamento, que, incluso el ginecólogo me advirtió, suavemente, que las enfermeras y pacientes que estaban fuera se estaban asustando de escuchar lo que estaba pasando en la sala de ecografía. Tonta de mi, me tragué el lamento y dejé de llorar. Mi razón tocó a la puerta de mi alma y le dijo que quizás me estaba pasando un poco... Después de esto, el ginecólogo me dio las instrucciones para expulsar el bebé (estaba de 8 semanas, y para mi era mi bebé y no un feto), desde casa. La última frase de él fue: “Sandra, el Sol vuelve a salir”. Sí, es cierto, de todo se sale... pero había que ser cuidadoso en este tema ya que tanto yo como mi marido habíamos iniciado un proceso de duelo: acabábamos de perder a nuestro primer hijo en común.

Al salir de la consulta, llamamos a nuestros familiares y amigos más queridos para dar la mala noticia y, sorprendentemente, todos nos decían que no pasaba nada, que ya volveríamos a intentarlo, que éramos fértiles, y que bla bla bla... Frases con intentos de anular nuestro dolor, en vez de acompañarnos en nuestro duelo por la pérdida de mi segundo hijo (el primero para mi marido)...

El vacío y el “cómo superar esto” era inmenso. Dolía muchísimo. Luego me costó meses volverme a quedar embarazada... yo, que las dos veces que me había quedado había sido a la primera. Después tuvimos a Emma, mi tercera hija (después os explico por qué es mi tercera hija). Ella iba a llenar ese hueco vacío, al menos es lo que nos hizo entender nuestro entorno, y así te lo marca la sociedad. Pues no, ella no llenó el hueco vacío. Gracias a un buen trabajo terapéutico a través de las constelaciones familiares, pude cerrar el duelo de mi hijo que nació sin vida, sentirme libre y en paz y darle el lugar que le correspondía en mi corazón. Al cabo del tiempo, este proceso también lo hizo mi marido y también pudo cerrar su duelo. Aunque muchos no quieran admitirlo, los hombres sufren mucho también estas pérdidas. Normal: son sus hijos muertos.

Las estadísticas dicen que entre el 10 y 15 % de los embarazos son interrumpidos, es decir, hay aborto, ya sea natural o provocado. Eso dicen los datos oficiales, pero ¿hablan de hijos fallecidos antes de nacer?. No. Ellos hablan de abortos, de números, de embriones o fetos que no han llegado al final.

"el silenciar y excluir a niños no nacidos es crear una herida no sólo para la generación actual, sino para las 3 que vengan después, dentro del propio sistema familiar".

 

En la sociedad en la cuál vivimos, hablar de abortos es medio tabú... pero hablar de hijos nacidos muertos es tabú absoluto. Estas criaturas que no han llegado a nacer con vida son olvidados, apartadas de los corazones, silenciados, como si no hubiesen existido nunca. En cierta manera, la sociedad lo que hace es activar un mecanismo de defensa, para no sufrir más de lo que ya sufrimos. Pero el mundo se equivoca , y el silenciar y excluir a niños nacidos muertos es crear una herida no sólo para la generación actual, sino para las 3 que vengan después, dentro del propio sistema familiar.

Vamos a ver qué pasa desde la mirada sistémica.

En consulta me encuentro frecuentemente con clientas que no logran tener un bebé a pesar de que no presentan ninguna patología física, ni ella ni su pareja. Cuando hago su historial y le pregunto por hechos de peso en su vida, explican que han sufrido algún aborto o padecen abortos de repetición. Me dan una clara información de dónde puede venir esa imposibilidad de ser madre. Entonces empezamos a trabajar por aquí. También existe la posibilidad de que el origen de estos abortos venga por parte de la pareja, aunque es menos frecuente. En todo caso, durante el trabajo terapéutico se contempla esa probabilidad.

Un aborto crea enganche a ese ser, tristeza, rabia y dolor. Y ya no digamos si es provocado, que lo que genera es culpa. Pero la persona no sabe como manejar esas emociones y se bloquea. Por lo tanto, después el deseo de ser madre no se llega a cumplir porque la mujer está enganchada a esa pérdida y no se libera de ella.

Culturalmente no nos enseñan a elaborar ningún tipo de duelo, lo mismo que tampoco nos acompañan. Quien es consciente de que necesita ayuda, acude a un terapeuta especialista en pérdidas de seres queridos. Pero, ¿sabemos que también hay que elaborar el duelo de un aborto? Pues sí, y la que más. Porque si perdemos a un ser querido, siempre estará presente en nuestros pensamientos, en algunas conversaciones, en fotos... Pero perder una criatura dentro del vientre materno no es recordado después, ni observado en fotos, ni es partícipe de las charlas familiares. 

Un aborto crea enganche a ese ser, tristeza, rabia y dolor. Y ya no digamos si es provocado, que lo que genera es culpa. Pero la persona no sabe como manejar esas emociones y se bloquea. Por lo tanto, después el deseo de ser madre no se llega a cumplir porque la mujer está enganchada a esa pérdida y no se libera de ella. 

Cuando mi clienta configura mediante muñecos a su sistema familiar le indico que ponga también al niño que murió antes de nacer -o los niños-, donde ella sienta que está ahora mismo. En el momento en que su mirada es puesta en ese muñeco, la clienta conecta con sus emociones, e incluso se desmonta y se desgarra. Es lo que ha de pasar para que sanemos esa desdicha. Y es que donde duele, hay herida. Y si hay herida, hay que curar. Es ella entonces la que coloca al muñeco que representa a su hijo fallecido en el lugar que le corresponde. Mediante frases reconciliadoras, de orden, de aceptación, de permiso y de amor, la clienta suelta a ese bebé que no llegó a nacer, le deja ir al lugar que le corresponde (ya sea el cielo, el más allá, el universo... donde quiera pensar que estará bien), le otorga también un lugar en su corazón, y se libera, dando permiso a su útero para volver a engendrar y dando paso a la llegada de un nuevo ser. El proceso es tremendamente liberador y rompe con las cadenas que la ataban al hijo que perdió (o a sus hijos perdidos).

Por otro aldo, y más arriba comentaba, que mi hija Emma es mi tercer hijo. Tengo mi primer hijo de 12 años, Francesc, fruto de mi primer matrimonio. Luego vino mi ángel, aquél que no llegó a vivir. Él o ella es mi segundo hijo, o hija. Por eso, Emma es la tercera. También se les da un orden y se les incluye en nuestro corazón y alma familiar. Si excluimos un aborto, este ser muerto será reemplazado por alguien vivo, porque en los sistemas familiares existe la Ley de la Pertenencia. De manera que hay síntomas en la vida de algunas personas que están relacionados con el reemplazar a modo inconsciente a esos abortos, o lo que es lo mismo, llevar el destino de esos abortos, y por fidelidad a ellos, repetirlo o manifestarlo en su vida de alguna forma. A veces esas pérdidas que se sufrieron incluso 2 generaciones a tras, es en la tercera generación, cuando alguna mujer del sistema familiar expía la culpa y el duelo no elaborado correctamente.

Como ejemplo, tuve una clienta la cuál no presentaba ninguna patología física que impidiese quedarse embarazada. Su marido también estaba sano. ¿Qué estaba pasando entonces? Recientemente había sufrido un aborto natural, de pocas semanas. Y a todo esto había que sumarle que años a tras había ido a una clínica expresamente a abortar porque, según ella, no era el momento de tener una criatura. El sentimiento de culpa era tan bestia, que se autocastigaba y se sentía no merecedora de ser madre, de manera inconsciente, a pesar de que lo deseaba conscientemente. A eso había que añadirle que no había elaborado el duelo de ambas pérdidas. El trabajo fue muy potente, y a las pocas semanas logró volverse a quedar embarazada y dar a luz a una niña.

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